Visitación de la Virgen María
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Visitación de la Virgen María

La Iglesia conmemora la visita de María embarazada a su prima mayor Isabel, que también esperaba un hijo.

minutos de lectura | Bernhard Meuser

¿Qué es eso?

La “Visitación de la Virgen María” es el antiguo nombre de una fiesta que se celebra en la Iglesia católica el 2 de julio (en algunos países el 31 de mayo). La Iglesia conmemora la visita de María embarazada a su prima mayor Isabel, que también esperaba un hijo. Así, en las dos mujeres se encuentran ya Jesús y el profeta Juan, cuyos caminos estarían -más tarde- estrechamente vinculados.

¿Qué dice la Biblia?

El evangelista Lucas (Lc 1, 39-40) relata que, poco después de la concepción milagrosa de Jesús, María fue a visitar a su prima Isabel, mucho mayor que ella. No sabemos dónde fue exactamente; sólo se nos dice que María fue a "una ciudad en la región montañosa de Judea". Isabel estaba casada con Zacarías, un sacerdote aaronita. La pareja había sido estéril durante mucho tiempo, lo que en el contexto judío de la época se interpretaba como un signo de la lejanía de Dios. Ahora, sin embargo, Isabel estaba embarazada de seis meses. Las dos mujeres permanecieron juntas durante unos tres meses, hasta justo antes de que naciera Juan. El saludo de las dos mujeres se presenta como un acontecimiento profético. Isabel siente que el niño "salta" en su vientre; se nos dice que Isabel "se llenó del Espíritu Santo y gritó en voz alta: "Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre"". ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a mí?" (Cf. Lc 1, 41-43). Isabel, pues, fue la primera en reconocer a Jesús en el poder del Espíritu Santo. Por ello, la teóloga Mary Healy ha hablado del "primer viaje misionero" de la historia del cristianismo a través de María. María también está llena del Espíritu; en respuesta al discurso profético de su prima, pronuncia el imperecedero Magnificat: “María exclamó: —Proclama mi alma las grandezas del Señor, y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador: porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava; por eso desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones..." (Lucas 1, 46-55).

La pequeña catequesis YOUCAT.

Videntes

Siempre que un año llega a su fin, los medios de comunicación hacen un balance de lo que ha sucedido este año. Rara vez se voltea a ver al gremio de astrólogos, profetas, cartománticos y clarividentes que a principios de año habían predicho el futuro. En este momento sería posible comprobarlo: ¿Realmente lo sabían? La mayoría de las veces, los descendientes de Nostradamus resultan ser unos charlatanes. Pero eso no impide que los periodistas reserven otra cita con una persona con dotes paranormales para el 2 de enero. Una historia sobre lo que "con toda seguridad" ocurrirá en el futuro siempre viene bien.

El fenómeno de la clarividencia es casi tan antiguo como la humanidad. No sólo la mitología griega está repleta de videntes. Especialmente las guerras y las campañas eran tan arriesgadas que la gente quería saber de antemano hacia dónde se inclinaba el favor de los dioses.

Los videntes en la Biblia

Los videntes, que también existen en las Sagradas Escrituras, no extraían su información de las técnicas oraculares de los pueblos antiguos, como la observación del hígado, el análisis de las formaciones de vuelo de las aves o la interpretación del humo ascendente. Los profetas del Antiguo Testamento vivían en un mundo en el que Dios se había mostrado como alguien que responde, que tiene un nombre, que habla. Además, Yahvé había demostrado ser un Dios que actúa de forma fiable y que no es como los caprichosos, malhumorados y corruptibles dioses del Olimpo griego.

Los videntes de la Biblia no eran profetas por profesión, sino por vocación, es decir, por una llamada de Dios. YOUCAT 116 dice: "En la antigua alianza Dios escogió hombres y mujeres que estuvieran dispuestos a dejarse convertir por él en consoladores, guías y amonestadores de su pueblo. Fue el Espíritu de Dios el que habló por boca de Isaías, Jeremías, Ezequiel y los demás profetas". Su campo de misión no lo eligieron ellos. Y el mandato de su misión vino de arriba, a través de inspiraciones, sueños y certezas de fe experimentadas en la oración.

Nos imaginamos a estos profetas como hombres elevados con enormes barbas, figuras angulosas que lanzan mensajes divinos de esperanza y hacen temblar a los reyes: tipos como Isaías, Jeremías, Elías o Amós. Pero pocos saben que también hubo profetisas. Hubo una Débora (Jue 4,4), una Miriam (Ex 15,20), una Juldá (2 Reyes 22,14ss), una Ana (Lc 2,36), etc. Sin embargo, en casi ninguna enumeración encontramos el nombre de Isabel. Esto sólo puede calificarse como un auténtico acto fallido. Porque si profetizar significa "ver lo que está oculto y anunciarlo", entonces Isabel era la número uno en la categoría de profeta/profetisa y no la número 327. Su mismo nombre anuncia lo especial: podría traducirse como "Dios es plenitud". Y si decimos de María que estaba "llena de Gracia", algo espiritual del mismo tipo debía haber en Isabel, que fue la primera en "ver" al Señor.

Muchos otros antes de Isabel ya habían "visto" que la esperanza de Israel se cumpliría: un día vendría el Mesías, aquel con el que todo sería diferente. Ahora está aquí. E Isabel tiene los ojos poderosos para verlo a través del vientre de su joven prima y proclamarlo en voz alta. Este es el mayor evento profético de la Biblia.

Isabel fue la primera de una nueva clase de videntes

Y tras el prototipo de Isabel, cada vez más personas ven lo que "ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por el corazón del hombre" (1Cor 2,9). El amor de Dios se muestra en un bebé indefenso. "En él", dice YOUCAT 7, "[Dios] nos ha abierto su corazón y mostrado claramente para siempre su ser más íntimo". Y este bebé es capaz de transformar a los orgullosos y hacer que "ante Él se doble toda rodilla, y toda lengua confiese a Dios." (Cf. Rom 14,11). Nobles astrólogos de Oriente vagan por la tierra inquietos y buscando hasta que, guiados por el Espíritu, quedan varados fuera de un establo y se convierten en "videntes". Al ver al niño y a su madre, se nos dice, "postrándose le adoraron" (Mt 2,11).

Siguen más videntes: está el fascinante anciano ciego Simeón en el templo de Jerusalén al que alguien le coloca un bebé en pañales en sus temblorosas manos y se queda atónito, tan atónito que finalmente puede morir porque ha visto lo que necesitaba ver: la salvación, "que has preparado ante la faz de todos los pueblos: luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel." (Lc 2, 30-33). Y más tarde será Juan el Bautista quien abra los ojos de su pueblo: "¡Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo! ... Y yo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios". (Jn 1, 29,34). Y luego es el propio Jesús quien invita a los primeros discípulos a aprender viendo: "¡Vengan y verán! Fueron y vieron dónde vivía, y se quedaron con él aquel día." (Jn 1,39). Algunos siguen ciegos, pero hoy la gente está abriendo cada vez más los ojos. Ven a través del joven carpintero de 1 metro 87 venido de Nazaret y perciben lo que la fe confiesa, ven al "Dios de Dios, luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero".

¿Y María?

María recibe la confirmación desde el exterior de lo que hasta entonces había sido pura fe. Ella fue también una persona que comparte nuestro destino: "caminamos en la fe y no en la visión". (2Cor 5,7). María nos invita a buscar la comunidad de fe, la palabra espiritual del otro, la visión profética de quienes encontramos en el camino. En el encuentro con Isabel podemos ver un primer tipo de "Iglesia doméstica". La gente se reúne. Jesús es invisible en medio de ellos. Pero en la fe se puede ver. En la palabra profética del otro se puede experimentar su presencia. Este es el lugar de la alabanza, que se expresa siempre en la alabanza de María, su Magnificat:

Proclama mi alma las grandezas del Señor,

y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador:

porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava;

por eso desde ahora me llamarán bienaventurada

todas las generaciones.

Porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso,

cuyo nombre es Santo;

y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador:

su misericordia se derrama de generación

en generación sobre los que le temen.

Manifestó el poder de su brazo,

dispersó a los soberbios de corazón.

Derribó de su trono a los poderosos

y ensalzó a los humildes.

Colmó de bienes a los hambrientos

y a los ricos los despidió vacíos.

Protegió a Israel su siervo, recordando su misericordia,

como había prometido a nuestros padres, Abrahán y su descendencia para siempre. Si María es el arquetipo de la fe y la primera en la alabanza a Dios, por muchos signos de amor y veneración que le dediquemos, no la adoramos. "María", dice YOUCAT 149, " es una criatura como nosotros. En la fe es nuestra Madre. Y debemos honrar a los padres. Y esto se ajusta a la Biblia, porque María misma dice: «Me llamarán feliz todas las generaciones» (Lc 1,48b)".