¿Cómo se leen las Escrituras?
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¿Cómo se leen las Escrituras?

Para muchas personas, las Sagradas Escrituras son un libro con siete sellos. No se trata de una obra unificada, sino de una colección de escritos creados a lo largo de unos 1500 años y recopilados en la forma que tenemos.

minutos de lectura | Bernhard Meuser

¿Qué es eso?

Para muchas personas, las Sagradas Escrituras son un libro con siete sellos. No se trata de una obra unificada, sino de una colección de escritos creados a lo largo de unos 1500 años y recopilados en la forma que tenemos. La Biblia puede leerse desde muchos puntos de vista diferentes. Para algunos, es un documento histórico que acompañó la historia de Israel y la historia de una secta que luego pasó a llamarse cristianismo. Para otros, tanto judíos como cristianos, es la Palabra de Dios. Los cristianos, sin embargo, saben que (como dice YOUCAT 14): “ni la Biblia cayó ya acabada del cielo ni fue dictada a unos escribas autómatas. Más bien Dios ‘se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería’ (Concilio Vaticano II, DV 11)”. Puesto que la Sagrada Escritura está inspirada por el Espíritu Santo, no puede leerse sin el Espíritu Santo, y tampoco sin preguntarse : "¿Qué quiere comunicarnos Dios en esta Palabra?". "La Sagrada Escritura -dice YOUCAT 16- se lee correctamente en actitud orante, es decir, con la ayuda del Espíritu Santo, bajo cuya influencia se ha formada. Es la Palabra de Dios y contiene la comunicación decisiva de Dios para nosotros."

¿Qué dice la Biblia?

El cristianismo no es una “religión de libro”, por mucho que valore la Palabra. Tampoco la verdadera Palabra de Dios consta de 4.410.133 letras. La "Palabra" por excelencia es Jesucristo. De él se dice en el Prólogo de Juan: "En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios" (Jn 1, 1-2). Esta Palabra no se convirtió en libro, sino en "carne". Sin embargo, las numerosas palabras de las Sagradas Escrituras son extremadamente preciosas; no hay que malinterpretarlas como si en ellas se pudieran encontrar recetas de cocina o consejos celestiales para resolver los embotellamientos en el tráfico. Es en las 738.765 palabras de la Escritura donde se encuentra el auténtico e insuperable testimonio de la única Palabra de Dios. El aprecio por la Palabra se expresa en la segunda carta a Timoteo: "Desde tu niñez conoces las Sagradas Escrituras, que pueden darte la sabiduría necesaria para la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra." (2 Tim 3, 15-17).

Desde el principio de la Iglesia, las Escrituras se leen principalmente en el culto. En memoria de Mateo 4,4 ("No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios"), la liturgia se dividió en una liturgia de la Palabra y una liturgia de la Eucaristía. El puente entre las dos partes es la homilía, que evoca la parábola del sembrador: "Pero el que recibió la semilla que cayó en buen terreno es el que oye la palabra y la entiende. Este sí produce una cosecha al treinta, al sesenta y hasta al ciento por uno" (Mt 13,23). Así pues, a la pregunta: "¿Cómo leo bien la Biblia?" habría que añadir la pregunta: “¿Cómo escucho correctamente la Palabra de Dios?". Los cristianos oyen y leen las Sagradas Escrituras teniendo presente el versículo de la carta de Santiago: "No se contenten solo con escuchar la palabra, pues así se engañan ustedes mismos. Llévenla a la práctica". (St 1,22) Meister Eckhart hizo de esto una poderosa sentencia: "Un maestro de vida es mejor que mil maestros de lectura".

La pequeña catequesis YOUCAT.

Toma y lee!

Si los teléfonos inteligentes hubieran existido en la época de Agustín de Hipona (354-430), tendríamos muchos selfies de él. El joven argelino era inteligente, rápido y totalmente narcisista. Desde la provincia norteafricana, se había mudado a donde estaba de moda: a Milán. Allí aceptó un trabajo de profesor de retórica. Hoy se diría: formó a redactores publicitarios. Agustín experimentó consigo mismo y con el esoterismo maniqueo; se interesó por el sexo y tuvo un hijo con una acompañante.

A los treinta años, la muerte de un amigo le sumió en una profunda crisis vital. Agustín registró este punto de inflexión en su vida: "Sin saber cómo, me arrojé al suelo bajo la higuera y dejé correr mis lágrimas, ... grité: ‘¿Cuánto tiempo más? ¿Cuánto tiempo más? ¿Mañana y otra vez mañana? ¿Por qué no ahora?’ ... Así hablaba y lloraba con la mayor amargura de mi corazón. Entonces oí desde la casa vecina la voz de un niño o de una niña que repetía en tono cantarín: "¡Toma y lee, toma y lee! ’ ...

Toma y lee!

Entonces, aparté las lágrimas y me puse en pie, incapaz de pensar en otra explicación que no fuera que una voz divina me ordenaba abrir las Sagradas Escrituras .... Alcancé el libro, lo abrí y leí en silencio el párrafo en el que mis ojos se posaron por primera vez: "Vivamos decentemente, como a la luz del día, no en orgías y borracheras, ni en inmoralidad sexual y libertinaje, ni en disensiones y envidias.Más bien, revístanse ustedes del Señor Jesucristo, y no se preocupen por satisfacer los deseos de la naturaleza pecaminosa." (Rom 13, 13-14). No quise leer más, no era necesario; porque al concluir estas palabras la luz de la paz llegó a mi corazón, y las sombras de la duda huyeron". Así dice el capítulo octavo de sus "Confesiones", probablemente el libro más importante jamás escrito por un cristiano después de las Escrituras.

Hasta ese momento, Agustín era un aprovechado. Tomaba lo que podía conseguir. El mundo espiritual sólo le interesaba allí donde podía chupar la miel para su propio progreso intelectual o su reputación. Así era como se relacionaba con la gente. Sin embargo, de repente se sintió confrontado, reconocido, descubierto. El fin del gran espectáculo. Supo que tenía que dar una dirección completamente diferente a su vida. A partir de ese momento accidental, una tremenda dinámica comenzó en la vida del joven intelectual. Se bautizó y se revistió realmente de Cristo como si se pusiera una ropa nueva. No sólo se sintió renacer. Nació de nuevo.

Agustín, que hasta entonces había hecho malabares con mil libros, se centró en el único libro que lo había enfrentado con las mentiras de su vida y que, al mismo tiempo, le abrió la puerta a otra vida. Le dio a este libro la oportunidad de conocerlo mejor: "Si crees lo que te gusta de los Evangelios y rechazas lo que no te gusta, no crees en el Evangelio, crees en ti mismo".

Un libro que crece contigo

Hay libros que se empequeñecen con los años -los libros infantiles, las novelas juveniles que en su día te entusiasmaron- y aquellos que parecían tontos al principio, los que sólo disfrutas al leerlos por segunda vez. Pero, hay otros que se hacen más grandes con los años, incluso que resultan inagotables. Uno de esos libros es la Biblia. Así es como lo experimentó Agustín: "La Biblia está escrita de tal manera que los principiantes maduran en ella, pero su significado crece junto con ellos". Él también dice: "Las Sagradas Escrituras son como el agua en la que puede vadear un cordero y nadar un elefante". Uno nunca termina de leer la Biblia; e incluso el gran ateo y dramaturgo Bert Brecht confesó una vez, cuando le preguntaron por el libro de su vida: "Te reirás: ¡la Biblia!" Probablemente, Brecht se deleitó con el gran contenido de las Sagradas Escrituras. Agustín encontró en ellas la vida eterna. Y atestiguó: "Cuando lees las Escrituras, Dios te habla". "El Papa Francisco recomendó a los jóvenes las Sagradas Escrituras con palabras contundentes: "¡Tenéis algo divino en vuestras manos! ¡Un libro como el fuego! Un libro a través del cual Dios habla". Su predecesor, el Papa Benedicto, les aconsejó: "Meditad a menudo la Palabra de Dios, y dejad que el Espíritu Santo sea vuestro maestro. Entonces descubriréis que los pensamientos de Dios no son los de los hombres; seréis llevados a contemplar al verdadero Dios y a leer los acontecimientos de la historia a través de sus ojos; saborearéis en plenitud la alegría que brota de la verdad."

La ciencia puede ayudar...

La interpretación bíblica científica puede ayudar a comprender mejor las circunstancias de la época y el significado literal de los textos bíblicos. Pero quien pretenda embotellar el sentido de estos textos o resumirlos en libros objetivos se verá decepcionado. En cambio, quien haya abierto los oídos una sola vez porque un verso de un salmo o una palabra de Jesús le ha tocado de frente, quien haya sentido una vez: ‘este versículo es para mí’, no volverá a pensar en la Palabra de Dios como un antiguo tesoro cultural muerto. Estará de acuerdo con el gran filósofo danés Sören Kierkegaard cuando dice: "La Biblia es la carta de amor de Dios para nosotros", y "no está ahí para que la critiquemos, sino para que ella nos critique". "Por eso", dice YOUCAT 16, “debo acoger las Sagradas Escrituras con gran amor y reverencia. En primer lugar se trata de leer realmente la carta de Dios, es decir, no de escoger detalles y dejar de lado el conjunto. El conjunto debo interpretarlo desde su corazón y misterio: Jesucristo, de quien habla toda la Biblia, también el Antiguo Testamento. Por tanto debo leer las Sagradas Escrituras en la misma fe viva de la Iglesia, de la cual han nacido”. ∎ YOUCAT 16, “I must receive the Holy Scriptures with great love and reverence: First, it is necessary to read the letter of God truly, that is, not to pick out details and disregard the whole. I must then interpret the whole in terms of its heart and mystery: Jesus Christ, of whom the whole Bible speaks, including the Old Testament. So, I am to read the Holy Scriptures in the same living faith of the Church out of which they arose.”