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Credopedia ¿Qué es la gracia y cómo puede cambiar nuestras vidas?

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¿Qué es la gracia y cómo puede cambiar nuestras vidas?

Brandy pregunta: ¿Qué enseña la Iglesia sobre la gracia?

Existen términos que han desaparecido casi por completo de nuestro vocabulario. Tal es el caso de la palabra “gracia”. ¿Qué es la gracia y cómo influye en nuestras vidas? ¿Qué papel juega la gracia en nuestro camino de fe y por qué es tan importante para nuestro crecimiento espiritual?

mins read | Stani Mičkovicová

¿Qué es la gracia?

¿Qué significa exactamente “gracia”?

La palabra “gracia”, del latín gratia, tiene la misma raíz que “gratis”. Cuando algo es gratis, se ofrece sin costo ni mérito.

La Iglesia Católica enseña que la gracia es un regalo inmerecido de Dios al hombre. Esto significa que Dios le otorga al ser humano su amor, su perdón y su salvación, todo ello antes de que este lo haya merecido de algún modo.

“Porque ustedes han sido salvados por su gracia, mediante la fe. Esto no proviene de ustedes, sino que es un don de Dios; y no es el resultado de las obras, para que nadie se gloríe” (Ef 2,8), escribe el Apóstol Pablo a la comunidad de Éfeso.

Sin embargo, esto no significa que el hombre pueda simplemente quedarse de brazos cruzados y no hacer nada. La gracia es un don inmerecido de Dios, pero requiere una respuesta por parte del hombre. El Catecismo de la Iglesia Católica explica: «Cuando Dios toca el corazón del hombre mediante la iluminación del Espíritu Santo, el hombre no está sin hacer nada en absoluto al recibir aquella inspiración, puesto que puede también rechazarla; y, sin embargo, sin la gracia de Dios, tampoco puede dirigirse, por su voluntad libre, hacia la justicia delante de Él» (CIC 1993).

Los sacramentos como fuente de gracia

Pero ¿cómo puede un cristiano católico aceptar la gracia y luego preservarla y cultivarla de manera adecuada? ¿Cómo puede incluso aumentar la gracia que Dios le concede?

La gracia invisible de Dios se otorga al creyente principalmente a través los sacramentos. Los sacramentos son signos visibles que Cristo instituyó y que el hombre puede percibir con sus sentidos. A través de ellos, la gracia invisible de Dios se hace realmente palpable. Por eso Cristo nos dio los sacramentos, para que en las diversas situaciones de la vida podamos experimentar su presencia y recibir su fuerza sanadora. En este contexto, el Catecismo habla de “gracias sacramentales” (cf. CIC 2003).

Los sacramentos son una prueba de que Jesucristo no es solo una figura histórica que pertenece al pasado. Más bien, los sacramentos son expresiones vivas de su presencia continua en su Iglesia. Los sacramentos transmiten la gracia de Cristo aquí y ahora y ayudan a los creyentes a profundizar y fortalecer su relación con Dios.

¿Reciben todas las personas la gracia por igual?

Dios desea salvar a todos. Como sus criaturas, todos los seres humanos están destinados a llegar al cielo. Entonces, ¿por qué la gracia afecta a algunos y a otros no, si la oferta de gracia de Dios se dirige a todos por igual?

Dios no es injusto. Cada ser humano es su criatura y es sumamente valioso a sus ojos. Como en toda relación, la persona también debe mostrar su disposición y responder a la invitación de Dios con confianza y amor. La gracia de Dios siempre está presente, pero solo puede manifestarse en la medida en que el ser humano se abra a ella.

Esto se hace evidente en el ejemplo de los dos ladrones que fueron crucificados junto a Jesús. En el Evangelio de Lucas leemos: «Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro lo increpaba, diciéndole: “¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino”.» (Lc 23, 39-43).

Gracia y libre albedrío

Por muy fatal que pueda sonar: el ser humano también puede decidirse en contra del cielo, en contra de su propia felicidad. El factor decisivo aquí es su libre albedrío. El ser humano, por así decirlo, debe querer ser salvado, es decir, debe responder al amor de Dios que se le ofrece. Dios no puede imponerle su gracia.

Uno de los malhechores – conocido popularmente como el «buen ladrón», mira hacia atrás a su vida pecaminosa y se abre a la gracia. Confiesa su culpa y es salvado. Pero no porque no haya cometido un delito o sea menos culpable que el otro ladrón impenitente. Jesús salva al buen ladrón simplemente porque acepta su oferta de gracia; es decir, porque coopera activamente con la gracia.

En cambio, el ladrón impenitente se cierra a la gracia de Jesús, la rechaza. No le concede fe a Jesús. Se queda en su obstinación. Y no es capaz de superarse a sí mismo. Incluso en el momento de la muerte, no se arrepiente. Según los estándares humanos, parece que Dios ya no puede hacer nada por él. ¡Pero no! Para Dios, nada es imposible. Incluso por el «mal ladrón», el Hijo de Dios está colgado en la cruz.

¿Acaso la gracia de Dios alcanzó su corazón en el último momento? No lo sabemos.

Haz de tu vida una vida de gracia

Solo Dios puede transformar a un culpable en un “inocente”, independientemente de cuál haya sido su pasado. Así es como Dios “justifica” al pecador. «Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido» (Lc 19, 10).

Es su “gracia santificante” la que renueva al ser humano. Restaura la amistad con Dios. Abre la “puerta del cielo” para la persona, ¡ya aquí en la Tierra!

Confía en Dios y haz de la vida en gracia de Dios tu estilo de vida. Poco a poco te darás cuenta de que te vas renovando por dentro. La gracia que recibes y con la que cooperas se multiplicará y alcanzará inevitablemente a los demás. ¿No es esta una misión maravillosa que tenemos como cristianos?

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